Muchas flores para un Caguairán
Lilieth Domínguez Quevedo
“Cada año que se acelere la liberación de América significará
millones de niños que se salven para la vida, millones de inteligencias que se
salven para la cultura, infinitos caudales de dolor que se ahorrarían los
pueblos.”
Fidel Castro Ruz
De la mano con su mamá iba Alejandro, hoy por un camino diferente y sin alborotos, porque ante el dolor de la Patria, el silencio es símbolo de respeto.
De la mano con su mamá iba Alejandro, hoy por un camino diferente y sin alborotos, porque ante el dolor de la Patria, el silencio es símbolo de respeto.
Mientras caminaba vio batir las banderas que se alzan junto
a Maceo y sus machetes en la
Plaza de la
Revolución, y le parecieron diferentes, a medio izar, en
representación del luto de los cubanos por la muerte de si líder histórico: Fidel
Castro.
Para él dejó de existir un hombre muy bueno, querido y
respetado por muchos, y que luchó incansablemente porque todos los niños fueran
felices.
Desde bien temprano en la mañana, cientos de pioneros
santiagueros también llegaron hasta el simbólico sitio de la Ciudad Héroe, donde
en tantas ocasiones Fidel le habló a su pueblo y marchó junto a él, y allí
dejaron un saludo que brotó del alma: “Porque a Fidel no le decimos adiós, le
decimos hasta siempre Comandante”.
Ellos no tuvieron la oportunidad de acercarse, estrechar sus
manos o acariciarle la barba, pero llevaron en sus manitas de hombres y mujeres
fuertes, una flor para ese amigo sincero, tan fuerte, resistente y duradero
como un árbol de Caguairán.
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